miércoles, 6 de junio de 2012

PUERTA DE ALCALÁ, de Madrid

Sopla el oriente que entra sumiso bajo mis arcos, agachada la cerviz. Sonrío, me abraza un nuevo día.

Sé que soy un símbolo y me enorgullece tan alta consideración. Me rodean multitud de arquitecturas habitadas por animales de dos patas, pero yo soy única. Soy la Puerta de Alcalá donde sólo habitan las palomas, lugar vedado para los seres llamados racionales.

Cuando Felipe II decidió ubicar la capital peninsular en el centro geográfico convirtió la pequeña villa madrileña en el corazón de su Imperio. A la llegada de su mujer, Margarita, ordenó levantar un arco del triunfo en el estilo de la época, barroco.

Así nací, para que bajo mi solemne presencia pasara una emperatriz. Tras ella pasó su séquito. Y tras él comenzó a desfilar todo un pueblo.

En esta mi infancia todo era novedoso para mí. Escuchaba fantásticos relatos de viajeros que se detenían bajo mis dinteles, normalmente para admirar mi hermosura, sobre otras puertas menos agraciadas en la ciudad de Madrid.

Especialmente patética era el destino de una hermana mía, la Puerta de Moros, a la que nunca conocí, como no he conocido tampoco a ninguna otra de mis hermanas porque jamás nadie se atrevió a tomarme en sus brazos ni a invitarme a montar en su vehículo.

Esta hermana mía, quizás gemela, no lo sé, siempre debía estar triste y apenada porque miraba hacia el sur. Hacia el sur salían las levas para las múltiples guerras de los reyes españoles. Desde el sur llegaban los desarraigados de la tierra, los hijos del hambre. Hacia un lado y hacia otro por mi hermana siempre pasaba la miseria.

Yo, en cambio, he sido desde mi nacimiento una puerta mucho más alegre. Quizás por ello he tenido tantos novios. Como mi pretendiente el rey Carlos III que ordenó remodelarme por completo al esteticien Francisco Sabatini, que ha sido quien me ha dado mi actual look. Yo habría preferido que mi amante me pusiera un piso, que es muy duro esto de pasar las noches al aire libre, pero el rey se conformó con pasar bajo mi arco del triunfo.

El paso de los años ha moderado mi fogosidad, pero mi juventud fue revolucionaria. Hasta aquí llegó la expedición real de los carlistas que pretendían imponer a su pretendiente al trono. Y bajo mi sombra se cavaron las trincheras que no pudieron superar los franquistas, a pesar de su superioridad material.

Aquí murieron muchos integrantes de las Brigadas Internacionales, luchando por una tierra que no era la suya, y demasiadas veces pasaron bajo mi granito de Colmenar comitivas funerarias regando de lágrimas el suelo.

Engendrada en 1769, nací en 1778 en el estilo más hermoso de la historia, el neoclásico, donde las proporciones y el uso de elementos grecorromanos, me han conferido mi belleza natural. Tras tantos años he visto pasar bajo mí a todo tipo de animales, incluso a reyes. He llorado muchas veces con los pobres que se cobijaban bajo mí. Y he reído cuando se han celebrado grandes fastos a mi alrededor.

Os he visto pasar a todos, la mayoría de las veces mirando hacia lo alto, algo lógico dada vuestra pequeñez. Con el gesto altivo, el corazón soberbio, pensando en que vuestras preocupaciones eran el centro del universo. Pero todos habéis pasado bajo mi arco del triunfo.

Como los mercaderes del oriente, los que cuando la olla está llena acuden con el cazo vacío, mendigando un poco de sopa boba con cara de tener realmente hambre. Agachan la cerviz y humildemente afirman solemnemente que ellos también son España.

Los mismos que cuando la olla está vacía llenan el viento de oriente de gritos altaneros, de independencia y dicen que es injusto que se les pida que colaboren a llenar la olla de todos.

Mientras por mis hermanas sigue entrando y saliendo la miseria, los que nunca se quejan de tener que llenar la olla común (tal vez ése sea su pecado, ser solidarios). Los que cuando hay que luchar van a luchar, cuando hay que pagar tributos pagan tributos, los que cuando hay que pasar hambre pasan hambre, los que cuando hay que repartir el paro se quedan con casi todo el paro, los que cuando hay que repartir el erario público siempre tocan a poco. Ellos los que son España, realmente, obligados a compartir su olla común con un puñado de mercaderes mezquinos y envidiosos.

Os volveré a ver pasar bajo mi arco del triunfo, en cuanto la olla huela a comida, suplicando míseramente, los ojos sumisos, la sonrisa de mendigo, la cabeza inclinada, la espalda convertida en chepa, las manos extendidas.

Y una vez más los centralistas os darán de comer, aunque sea como siempre restándole su comida a otros hermanos menos favorecidos. Aunque puede que algún día se cansen y os manden a la porra, quién sabe!

Mientras sigo viendo pasar el tiempo, unas veces entran mercaderes, otras el viento de sus insultos. Entre la marea que viene del oriente, cada vez que os veo venir aguzo los ojos porque me divierte vuestro montaje. Sinceramente os necesito, la risa es importante para vivir.

3 comentarios:

  1. Ay, qué entrada tan preciosa sobre mi puerta de Alcalá. Qué maja eres, chiquilla. :-)

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  2. Que post tan, tan ... no se como definirlo "irónico", pero s, me ha gustado, es una mezcla explosiva mezclar la ironía y la historia ... pero repito esta muy bien, te deberías dedicar a escribir.
    Un beso

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  3. Me ha encantado tu Entrada.
    Hace tiempo que la he visto, pero me apetece, de nuevo, recorrer Madrid y sus calles históricas.
    Un abrazo.

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